jueves, 20 de octubre de 2016

Y Si Los Hijos No Llegan, ¿Somos Familia?

Tener hijos es un proyecto de vida de todo matrimonio, incluso desde novios. El día de sacramentarse, el día de la boda, somos y formamos una familia. Decidimos ser familia libre y voluntariamente, y abiertos a la vida y a tener hijos.


¿Y si los hijos no llegan? La infertilidad es una condición que enfrentan muchos  matrimonios hoy día.  El no poder concebir o la incapacidad de terminar la gestación son situaciones que afectan grandemente la  salud emocional de la familia.   Un matrimonio sin hijos son familia; dos personas que con un estilo de vida en común, vinculados por el amor, van unidos construyendo un proyecto de vida donde se sostienen uno en el otro y se dan vida.

El mundo tiene sus mecanismos de confundirnos y atentar contra la vida, la familia y el matrimonio. Si al pasar el tiempo no llegan los hijos,  y el matrimonio no logra conciliar  y alinearse con esta situación,  se generan sentimientos encontrados, desilusión, culpa, resentimientos, tristeza, impotencia, frustración;  en fin,  la dinámica familiar se ve afectada.

Dios, con su amor misericordioso,  concibe la formación de la familia al instituir el matrimonio entre varón y mujer.  Por eso,  el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su esposa, y los dos llegan a ser como una sola carne (Gn 2,24).  Aun siendo el hombre creado por Dios con el propósito de construir el reino en esta tierra y procurar ser santos (Lv 11,45), ya Dios había visto que «No es bueno que el hombre esté solo” y le hizo alguien que sea una ayuda adecuada, que le acompañara en su camino hacia la santidad. Como dice San Juan Pablo II, que Dios inscribe en el corazón de cada persona su propósito de vida.  Como puedes notar, Dios nos hace un llamado primero a amarle y servirle. Un matrimonio es familia desde su consagración, tengan o no hijos.

En Isaías leemos como también bendice a la mujer sin hijos: “Da gritos de alegría, mujer estéril y sin hijos; estalla en cantos de gozo, tú que nunca has dado a luz” (Is 54,1). En el altar, se dan el Sí de vivir unidos en matrimonio para toda la vida, iniciando una nueva familia donde su amor y la apertura a la vida y a dar vida crean el espacio de una comunidad de vida, donde a futuro deciden colaborar con Dios en “la generación y educación de la prole” (CEC-1601). El Papa Francisco nos indica que “la maternidad no es una realidad exclusivamente biológica, sino que se expresa de diversas maneras» (AL-178). Una hermosa oportunidad de amar y evangelizar a niños es por la adopción, que “es el acto de amor de regalar una familia a quien no la tiene” (AL-179).

Cristo deja muy claro qué es lo prioritario sobre cualquier otra ley, tradición o costumbre: Primero, “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.”; y segundo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” (Mc 12,30-31).  La preocupación al no tener hijos, aunque humana, queda en un segundo plano, para que nos ocupemos de amar a Dios con todo nuestro ser, y de ocuparnos de procurar el bien para nuestro prójimo más cercano que es tu cónyuge;   ya luego quedaría ser dador de vida con otros, en especial los niños que requieren ser educados y protegidos. Seamos agradecidos de Dios que nos ha dado la vida y dichosos de tenerse uno al otro, y tener un sentido de trascendencia.


Leida & Erwin López Rosario

Encuentro de Novios La Vega, Rep. Dominicana


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